Festivales en estado de sitio

Desde la mirada más positiva, con la pandemia arrasando el pasado año literalmente con todo en el sector cultural en directo, nos decían (decíamos) frases que ahora parecen algo tóxicas: «el año que viene volveremos», «más grandes», «disfrutaremos el doble», «lo viviremos por dos»…

Un legado de frases que resonaban en la incertidumbre que provocó una pandemia con miles de muertos, un confinamiento de tres meses, la nueva normalidad en la que seguimos inmersos y un formato de vida que a nadie nos gusta.

Pues bien, 2021 no ha sido ni de lejos lo que aquellos mensajes nos vendían. Lamentablemente, y sintiéndolo mucho por gente que conozco del sector y mismamente un servidor, que ha visto cómo clientes directos no han podido hacer acciones e invertir en medios, nos hemos visto en un año nuevamente complicado y diferente.

Es normal que con olas incesantes cada pocos meses, la vida tenga que continuar de algún modo acotada, más viendo la locura general de comienzos de verano que, comandada por grupos etarios sin vacunar, concluyó en una quinta ola que nadie vio venir, y que afortunadamente en cifras no ha sido lo que sin vacunas hubiera significado un desastre total.

El caso es que podemos dividir en tres procesos la forma de vida en directo e interpretar los conciertos y festivales tras 18 meses de pandemia. En un primer momento, sin besos, abrazos, cercanía ni nada que se la pareciera, los conciertos se vivieron en la distancia de nuestras casas, híbridos en los que volvían algunas actuaciones con la posibilidad de asistir desde nuestros móviles o tablet al directo de turno pagando entradas «online». Una experiencia acorde a los tiempos pero para un área, el directo musical, que no puede asemejarse por sus circunstancias al streaming audiovisual, porque la música en vivo no es un producto enlatado

La segunda parte venía con los conciertos acotados y controlados con el público completamente sentado, un otoño e invierno en el que «disfrutar» de un acto social como un concierto transformado por las circunstancias en un evento asocial. Llegar, colocarte en tu sitio, y salir de forma ordenada, donde los saludos, la cerveza con algunos conocidos o encontrarte a alguien en barra habían desaparecido de la faz de la tierra. Para los más entregados, una experiencia de esas en las que «mejor eso que nada» o como dijo una niña en un vídeo viral en otro contexto «es mejor eso que morirse» siendo la máxima estos meses, pero que lejos queda de lo que entendíamos por un concierto, no quedaba otra.

La tercer parte llega cuando más de año y medio después, con la vacuna avanzada y numerosos países intentando emular los tiempos de prepandemia, organizan giras y conciertos multitudinarios en estadios y festivales antiguos al uso, sin distancias, ni mascarillas, donde el famoso QR para volar sirve como «fórmula de entrada» que aunque no segura al 100% acota el riesgo y deja acceder únicamente a los vacunados.

Un festival, tal y como se vive ahora en España, va perdiendo su significado a medida que avanzas hacia tu silla, teniendo poco de liberación y mucho de castigo en el «sitio»

Eso se está dando ya en el extranjero, véase USA o Inglaterra, mientras tanto, aquí algún evento como Crüilla, organizados como pruebas con antígenos y la poca responsabilidad individual provocaron también que la cosa no saliera como se esperaba dos meses atrás.

Con esas tres pautas, quien escribe estas líneas, que antes de la pandemia asistía a cinco conciertos al mes, lleva una media de siete directos en 18 meses, tres de ellos del mismo artista por diversas circunstancias, habiendo experimentado música en autocine desde el coche primero, conciertos sentados al aire libre después, actuaciones en sala y directo en teatro.

Un popurrí experimental musical del que como antes decía, de acto social se ha quedado en asocial, sin baile, sin juntonas de amigos y conocidos y donde la música ahora se vive en silencio, en una silla de terraza y con el nervio relajado, solo manejado por el golpe de talón al mover la pierna o el brazo en alto de un lado a otro sin mucha magia.

Sin ser alguien al que le guste mucho el baile, reconozco que ante esas circunstancias, con cada concierto al que he ido, he ido desinflándome y perdiendo ganas de asistir al siguiente, casi mal acostumbrándome a otro tipo de planes para dejar en un segundo plano lo que antes era tren de vida.

Habrá algunos que se sientan cercanos y entiendan mi postulado y otros a los que la música les sirva en estas circunstancias en las que para mi poco tienen de liberación y mucho de castigo, especialmente al hablar de un festival.

Hace un par de semanas, Sonorama cumplía con las normas y de festival acotado de pie pasaba a ser otro evento más de música en directo sentados, informando a sus acólitos unos días antes de la situación. Un festival que es pura liberación, en el momento en que se tiene que vivir sentado durante horas, bajo el sol de agosto (ola de calor mediante), sin posibilidad de beber ni comer en tu sitio, (curioso esto siendo al aire libre, y pudiendo beber luego en conciertos de sala) pasa a ser casi una especie de penitencia veraniega, donde todo lo social ha quedado eliminado.

Este fin semana Alcalá de Henares acogía el Festival Gigante, otro que tuvo que informar que pasaba a ser evento sentado dos días antes de su celebración. En Viveiro, el Resurrection Fest «Special Edition», evento de metal por antonomasia, se ha vivido en sillas de madera, de las que dejan culo carpeta y pantalón bien sudado, para «disfrutar» en vivo un género musical que, lo siento mucho, puede vivirse de todos modos menos sentado.

Mientras tanto, Foo Fighters llenando en Nueva York el Madison Square Garden con la pauta de vacunacion completa en la entrada, el Reading & Leeds Festival en Inglaterra dando cuenta con casi estupor visual de lo que era la música en prepandemia, en esas situaciones en las que dices «habrá un término medio», digo yo.

Personalmente, el Leeds me ha impactado tanto para bien como para mal, no iré a festivales sentados anque respeto la propuesta pero no la comparto como plan para disfrutar, aunque quizás tampoco entraría a día de hoy a un recinto de pie y sin mascarillas tan bestial ante 20 o 30 mil personas, pero de algún modo habrá que dar pasos al frente para ir tomando conciencia y perdiendo un poco de miedo (y locura también) para poder recuperar parte de nuestra vida.

Las imágenes del fin de semana han sido de estupor y casi película cómica, con miles de personas dando saltos en otros países y aquí gente sudando sin beber moviendo los brazos en alto cual concierto de animación hotelera de Benidorm, siendo España un país con numerosas restricciones pero surfeando con una quinta ola inédita para otros.

Ante tal sorpresa y frustración, 18 meses después, España sigue con sus «festivales», aquellos que han tenido la valentía de tirar para adelante en un verano difícil y que plantea un otoño también repleto de otros muchos que no llegaron a celebrarse y que habrá que ver en que condiciones se celebran, un gran listado del que os resumo los más importantes en Informativos Telecinco.

Con todo esto, mi premisa personal es que seguiré esperando a otra situación, en donde pueda vivir la música como disfrute y no casi como una frustración, donde prefiero que me hablen de lo que vieron que vivirlo a disgusto.

Miguel Rivera