La calle del terror (Parte 3) 1666

El fenómeno de los viernes de julio llega a su final. La calle del terror se ha convertido durante tres viernes consecutivos en el fenómeno cinematográfico en casa de lo que llevamos de verano.

La directora Leigh Janiak ha conseguido pulir una trilogía de terror adolescente de calidad, con reminiscencias de los 90 y 80 en sus dos primeras partes par ahora, ofrecer un cierre de tintes de terror folk con el que descubrir el desenlace y origen de la maldición de Sarah Fier con el que el pueblo de Shadyside cae en desgracia.

Si La calle del terror: 1994 miraba a Scream sin miramientos pero con su propia propuesta, y La calle del terror: 1978 al terror de Viernes 13, en esta ocasión La calle del terror: 1666 nos propone un origen de la maldición centrada en el rito de la brujería que envuelve a la trilogía disfrazado de folk terror muy del estilo de La Bruja.

Deena y su hermano Josh tratan de terminar con la maldición y salvar su destino en una parte final que viene precedida por toda la historia que envuelve el caso de Sarah Frier, de cómo su relación a escondidas con otra joven del pueblo (the union) en 1666 desencadena la venganza de los habitantes del lugar, condenado por la ignorancia y el miedo de la época para unirse en una cacería con la que acabar con la vida de Frier, acusada de brujería.

El recorrido que hacemos por el origen del miedo y el desenlace de la maldición nos lleva a recuperar a los protagonistas en el centro comercial, desenmascarando el origen del vía crucis de Shadyside desde el siglo XXVII.

Leigh Janiak factura un colofón final que se presta como una cinta diferente al resto, y también un escalón por debajo de las dos primeras partes, pero que consigue finiquitar la historia con un buen resultado que en su concepto de tres films, brilla sobremanera, tanto para los nostálgicos del slasher como del cine de terror adolescente en general, creando ante todo una idea, la de un evento de tres noches y tres semanas de indudable encanto sangriento para noches de verano.

Miguel Rivera