Velocidad de «crucero» en tiempos lentos

No cabe duda, «cómo pasa el tiempo», porque incluso en sus peores circunstancias el tiempo pasa, no para, continúa su camino, en un recorrido que ni de lejos era imaginado y mucho menos deseado.

Ya hemos cumplido un año del mantra y mal del coronavirus, que (de momento) he podido esquivar junto a los míos también, el bien más preciado de un año complicado, extraño y retenido, que no en el tiempo, porque como empezaba diciendo, éste sigue dando a las manecillas del reloj aunque a nosotros se nos haga más o menos eterno.

Nos encontramos en esa Semana Santa de la que nunca cabe esperar nada, siempre hace malo, donde el buen tiempo se reserva siempre para los días laborables e inminentemente después fastidiarse y marcarse un tiempo revolucionado, de sol, nubes y la lluvia habitual. Eso no cambia, las circunstancias algo, dado que si el año pasado lo veíamos todo desde una ventana confinados, este años lo confinado viene en lo limitado del movimiento, amén de quedarse cada uno en su comunidad y con el toque de queda ya habitual.

Nos hemos acostumbrado a vivir así, malacostumbrado mejor, en unas circunstancias que lejos de otras ciudades, Madrid cuenta con las puertas abiertas en cuanto a medidas laxas que, con lo malo y bueno que tiene, mantiene cierta similitud lejana con lo que venía a ser el tiempo pasado.

Nos encontramos por tanto un año después con la espera necesaria, unas vacunas que tardan más de lo deseado en ponerse, un ritmo que iba a ser de crucero pero que más bien por momentos (y viendo ambulatorios cerrados) podría ser de barca del Retiro.

El tema es que lo de siempre nos arropa, la cultura, que sigue ahí, con muchos sectores afectados y tratando de sacar la cabeza a flote para unos tiempos que no distan mucho de lo que encontrábamos el verano pasado, ese olor a deja vu que me lleva a ver unos telediarios donde las procesiones, eventos y festivales, un año después, ya sirven de imágenes de archivo de un tiempo pasado.

Imágenes de otros tiempos, lejanos, sin fiestas en el camino, sin mucho que celebrar y donde un servidor ha aprovechado para poner en orden cosas, ideas entre ellas, alejarme de la música en directo por las circunstancias, dejándome caer en cosas puntuales y no por miedo, más bien por el efecto que conlleva para mi entender el directo como ha de verse ahora, asocial, en tu sitio, distanciado y casi aislado.

En ese orden de ideas el streaming en casa ha pasado a adelantar en ocasiones a la música por la derecha, sin avisar, tiempos más calmados donde los festivales volverán a ser ciclos musicales, con todo lo que ello conlleva, pero al menos dando oportunidad de trabajo a un sector más que abandonado por las administraciones.

Imágenes de archivo las que hablaba para una vida que, un año después, se parece más al ritmo lento del pueblo que de una ciudad tan vital como Madrid. En lo limitado del movimiento donde vuelvo a dar cuenta, esta vez desde el suelo y no desde lo alto del edificio, de lo floridos que están los árboles, sorprendido quizás por el tiempo que pasa uno en casa, donde las emociones se viven con cuidado cuando, cada ciertas semanas con amigos, juegas a la ruta gastronómica de Madrid, que ha pasado a ser el mejor plan, mientras de camino ves parques en los que desde hace meses encuentras a gente de todas las edades dando paseos, circunstancias que marcan los tiempos.

Conciertos que han convertido las quedadas musicales en comidas en restaurantes, festivales que han pasado a ser suscripciones a plataformas audiovisuales y caminatas para asistir a salas convertidas en carreras en el campo que marcan los parques de una ciudad.

Con un año de tensión más baja, de otras prioridades, de eliminar ciertas cosas y nuevas formas de vida, echo de menos una segunda residencia en el campo, y me planteo si, cuando todo vuelva a la normalidad, o cierta normalidad si es que vuelve, seguirá siendo la vida de antes una vida de ahora. Más que duda creo que la cosa está clara, y los derroteros pintan a algo renovado, con dejes del pasado pero una fórmula más acorde a saber disfrutar de otras muchas cosas por delante.

Miguel Rivera