Akelarre

No todos los días te das de bruces con un cuento de brujas de la talla, originalidad, personalidad y hermosura que desprende el film del argentino Pablo Agüero. El director ha conseguido en Akelarre diferenciarse del cada vez más atractivo mundo de brujas para realizar un ejercicio coral de brujería adolescente con mimbres adultos y belleza inusitada.

Es embriagador asistir al encanto de este Akelarre en el que Amaia Aberasturi y Álex Brendemühl lideran una función donde todo su elenco brilla de manera espectacular.

Estamos ante un ejercicio cinematográfico cuidado, moderno y muy atrevido, capaz de atraparnos desde la primera toma, con esa quema de brujas, saltando a un desarrollo que nos mantiene inquietos por el qué sucederá en todo momento, y un clímax final tan bello como explosivo y oscuro.

La película centra su mirada en la ignorancia, en los miedos y miras cortas de un hombre del siglo XVII empeñado en dar con las brujas en un País Vasco Francés en 1609.

Una caza de brujas que llega a unas jóvenes lugareñas, quienes tras una fiesta nocturna en el bosque encabezada por Ana (Aberasturi), serán perseguidas y detenidas al día siguiente por el juez Rosteguy de Lancre, encargado de depurar el mal y hacer que confiesen sobre el supuesto akelarre y las prácticas del Sabbat.

A partir de aquí vemos un juego cinematográfico de estilo propio, con una esencia oscura y cruda, inquietante, especialmente en el interrogatorio espectacular al que someten a una increíble Amaia Aberasturi que, poco a poco, labra un plan con sus amigas encarceladas para poder dilatar el proceso con la esperanza de salvarse y, de paso, desenmascarar el desconocimiento y la ignorancia del hombre de la época.

No le hace falta más que hora y media inmersiva bajo una historia atrevida, con momentos álgidos como su akelarre final pero donde la intensidad y conexión de todas sus actrices, Amaia Aberasturi, Garazi Urkola, Irati Saez de Urabain, Jone Laspiur, Lorea Ibarra y Yune Nogueiras, nos ofrecen unas interpretaciones abrumadoras, apoyadas en un cuento de imágenes evocadoras con desenlace coral. Todo un regalo cinematográfico.

Miguel Rivera